* Pancho Lasso esculpió un conjunto de bronce con la recia figura de D.José Molina Orosa y dos niños alrededor. Está instalada esta obra en la Plaza que confluye en las calles Fajardo (donde nació) y José Antonio, erigido por suscripción popular, obra del Escultor lanzaroteño “Pancho Lasso.
La salud, ese tesoro que sólo apreciamos cuando lo hemos perdido, fue la entrega esencial a la que se consagró toda su vida en cuerpo y alma, sin pedir nada a cambio, el médico lanzaroteño José Molina Orosa.
* JOSE MOLINA OROSA * fue un ilustre isleño, popular Doctor en Medicina que ejerció exclusivamente en Lanzarote desde 1910 hasta su fallecimiento en 1966. Nació en Arrecife el 18-12-1883. Inició los estudios de medicina en Cádiz; después de padecer una grave dolencia los continuó en Madrid, en cuya Universidad tuvo como condiscípulos, entre otros acreditados médicos a los renombrados Gregorio Marañón y Tomás Morales. Se doctoró el 7 de Julio de 1910.
El escenario calamitoso y desesperado de la situación socio-sanitaria de Canarias en 1884, o sea 26 años antes que José Molina emprendiera su labor científico / bienhechora, fue prolijamente observado y respetuosamente estudiado in situ por el célebre antropólogo francés Dr. “René Verneau”, describiéndolo con rigor irrefutable en su magnifica obra de investigación científica sobre el Archipiélago
Los aborígenes. En este punto (y la comparación no nos parece descabellada), Verneau nos recuerda a su compatriota Rousseau y a su «buen salvaje››. Verneau hace un canto a las Canarias primitivas y a sus antiguos pobladores, lamentándose que la civilización corrompe:
«En el norte de Tenerife -escribe- se encuentran poblaciones muy primitivas que apenas sobrepasan en civilización a los antiguos guanches. Son buenos y hospitalarios, mientras que los que han tenido más contactos con los centros civilizados, desde este punto de vista, son singularmente inferiores. En todas partes el hombre primitivo en contacto con los europeos toma sus defectos antes que sus virtudes...»
Verneau se emociona cuando tropieza –y son sus palabras- con auténticos guanches (son pastores que prosiguen con los mismos hábitos que sus ancestros). Esto ocurre claramente en tres ocasiones: en la Aldea de Anaga, en Icod y en Güimar. Verneau muestra igualmente una sensibilidad muy acusada por lo aborigen y se lamenta de la desidia de muchos canarios ante los vestigios de sus antepasados, esos «testigos» de que nos habla el arqueólogo.
Desgraciadamente los desaprensivos -«bárbaros los llama Verneau»- no han desaparecido y quizá el mayor peligro para la cultura canaria provenga de esos «aficionados de domingo» a la arqueología. Las palabras del profesor Lorenzo Perera son muy claras a este respecto: «Verneau –dice- se hubiese echado a llorar si hubiera vivido en nuestra época, ante el continuo destrozo de yacimientos aborígenes, la frecuente extracción de materiales arqueológicos fuera de las islas y, sobre todo, ante la lamentable “apatía cultural” de muchas de nuestras autoridades y ediles de la cultura».
La mendicidad. Mendicidad, pobreza, ignorancia: he aquí una constante que se repite en todas las islas. Estamos ante el mundo de los pobres, de los errantes, tan magistralmente estudiado para la Francia del Antiguo Régimen por Pierre Goubert. Esos pobres salen al encuentro de Verneau en todos los caminos de Canarias:
«En los barrios –escribe Verneau sobre Tenerife- las mujeres… se las ve, extendidas a la sombra, buscándose mutuamente los piojos, mientras que sus hijos, complemente desnudos, chapotean en el agua...».
Y acerca del pueblo de La Matanza, añade:
«A la llegada de cada vehículo se ve acudir de todos lados una infinidad de gente miserable, andrajosa, que viene «a implorar la caridad. Durante algunos minutos se oye la más espantosa cacofonía. Lo que mejor se entiende en medio de todo ese ruido es un refrán eterno: “Un cuartito, por Dios y la Virgen Santísima ”. Esta frase –prosigue Verneau- el niño la aprende de su papá y mamá y, durante todo el día, el extranjero la oye resonar en sus oídos. Casi no hay país en el mundo donde haya más mendigos que en Tenerife, pero en La Matanza su número es verdaderamente increíble...».
A esa miseria hay que sumar la ignorancia, el analfabetismo, principalmente en la población rural: «Esta gente no había recibido la más elemental instrucción».
La brujería y la superstición. Estrechamente relacionado con la mendicidad, la brujería y la superstición del canario. La creencia en la brujería del canario, así como la superstición, es otra de las cuestiones que más atrae a la mente racionalista de Verneau. En ciertas ocasiones esa supersticiones del isleño dificultó su labor científica, así cuando en San Juan de la Rambla quiere demostrar, midiendo los cráneos, la supervivencia de la raza guanche, escribe Verneau: «No contaba con la superstición de esta gente. Convencidos de que los iba a hechizar, no se dejaron medir. Si pude conseguir algunas muestras de sus cabellos fue casi siempre de niños, engatusados por golosinas».
Igualmente, en Icod de los Vinos, en Telde y Lanzarote, hay descripciones inestimables sobre creencia del canario en la brujería. La brujería es hija de la miseria. Es la esperanza de los rebeldes. Es fruto de la rebelión, detractada por el Poder. La brujería, no lo olvidemos, prolifera siempre en países atormentados: por la guerra; por revoluciones; por catástrofes naturales...
“Todo se esconde en Lanzarote. Los habitantes, en sus casas; los coches, en sus cocheras, y los árboles en sus agujeros...”
“...eran las 10 cuando llegamos a Tinajo. Después de cenar todavía tuve que examinar algunos enfermos, de los que muchos venían de muy lejos. Estos desgraciados no tienen médicos que los cuiden, así que no podía rehusar darle algunos consejos. En todas las islas ocurre lo mismo”.
En Tías... apenas había comido cuando me asaltó una nube de enfermos. Las afecciones que predominaban eran las cataratas, la elefantiasis (hipertrofia dura de la piel) y la sífilis...".
Pues bien, DON JOSE MOLINA OROSA 26 después de las observaciones minuciosas del Dr. René Verneau sobre la situación socio-sanitaria de Canarias en general y de Lanzarote en particular, inició en solitario la batalla mas hermosa que ser humano haya emprendido nunca en esta isla, declarando la guerra integral a la enfermedad y sus desgraciadas secuelas; durante 56 años fue un heroico batallador de la salud pública, sacrificándolo todo por sus enfermos e incluso facilitándoles, a su propia costa, medicamentos de urgencia o alimentos de verdadera necesidad, por lo que el pueblo agradecido, en unánime proclama, le dedicó en vida una de sus calles en 1934, la actual "José Molina" (trasera del Banco Hispano/Aparcamientos Spínola). Después los Monumentos a su Memoria: el Monolito volcánico, obra de César Manrique en la glorieta del Hospital Insular y el conjunto de bronce con su recia figura y dos niños alrededor en la Plaza que confluye en las calles Fajardo (donde nació) y José Antonio, erigido por suscripción popular, obra del Escultor lanzaroteño “Pancho Lasso”, y su nombramiento como “Hijo Predilecto de Lanzarote”, por unanimidad del Cabildo Insular.
El prestigioso literato lanzaroteño “Agustín de la Hoz ” describió con magistral sencillez la gloriosa dedicación a Lanzarote del Insigne Dr. Don José Molina Orosa:
«Su lucha fue larga, a veces decepcionante, y en muchos casos tremendamente injusta, pero ‚él seguía ampliando la capacidad de sacrificio y el radio de su acción, alcanzando ya todos los rincones lanzaroteños, siempre dispuesto a la abnegación y a la recuperación de enfermos con los recursos de su ciencia, ciertamente, pero también con los auxilios imprescindibles de su enorme caridad y de su inquebrantable moral. Don José Molina Orosa fue un médico vocacional. Era famoso su excepcional talento (ojo clínico) para diagnosticar acertadamente a simple vista. En aquellos tiempos las radiografías y análisis, al menos en Lanzarote, eran un lujo o no se podían hacer tan fáciles. Desde 1910 se consagró en cuerpo y alma a una empresa bien meditada: implantar la mínima organización sanitaria que necesitaba urgentemente Lanzarote, que no la poseía sino de manera insuficiente, cuando no totalmente defectuosa. El joven médico pudo apreciar en seguidas que el alto nivel de mortalidad (adultos, en su mayoría) tenía su causa principal en las deficientes condiciones higiénicas de la población (sin medios adecuados) y por la apatía generalizada de dar la batalla contra las enfermedades infecciosas. Ni siquiera había practicantes ni enfermeros más o menos preparados, como tampoco podía contar con alojamientos saneados. Disponía, de dos pobrísimas habitaciones (insuficientes y mal dotadas) para atender a la asistencia pública. Téngase en cuenta que por entonces no se conocían las sulfamidas y la era de los antibióticos estaba por llegar. En esas fechas la Isla de Lanzarote contaba unos 24.000 habitantes. Don José no se amedrenta y se enfrenta a la plaga apocalíptica que parece devorar a la mayoría de sus paisanos; va de casa en casa, en las que siembra mucha esperanza y caridad, llevando a todos por el cauce de la razón humana, pero fundándose siempre en los conocimientos científicos.
Con su intervención salvadora Don José‚ logra, pacientemente, sin desfallecer nunca, ir encauzando y ordenando científicamente la gravísima y desesperada situación sanitaria de la Isla. Batalló de forma sobrehumana contra la terrible tuberculosis y demás enfermedades. Hacía operaciones ginecológicas (fue un gran Partero), de hernias, apendicitis, etc. Es decir, cirugía de "urgencia" para salvar vidas: su gran anhelo. En 1950 se inaugura el Hospital Insular viendo convertida en realidad aquella férrea lucha de toda su vida, y que fue en todo caso, su mayor ilusión. Ahora, sus enfermos, a los que tanto quiso, podían ser atendidos con la integridad científica soñada por él. Reconociendo sus grandes méritos el Gobierno español lo premia doblemente concediéndole la Encomienda de la Orden Civil de Sanidad y la Medalla de Mérito al Trabajo, que le fueron impuestas en acto popular, y en el entrañable marco del Hospital Insular, el día 22 de Mayo de 1963. En el año 1976 (diseño de César Manrique) se inauguró un monolito en la Plaza de entrada al Hospital con la leyenda -en placa de cobre- : "A DON JOSE MOLINA OROSA. 1883-1966". También dentro del Hospital Insular, " La Unidad de Larga Estancia" del mismo está dedicada al "DR. DON JOSE MOLINA OROSA". Don José Molina Orosa tenía una figura sobria y generosa, y era de una elegancia espiritual pocas veces superada. En su hogar, con la ternura de su ángel tutelar (su mujer, la bondadosa y poetisa Doña Inocencia Aldana) encontraba el aliento y la renovación de su lucha cotidiana. Murió, en olor de multitud, en la madrugada del 18 de Enero de 1966, desapareciendo con él un gran médico y una de las personalidades más genuinas de Lanzarote, cuya esencia espiritual parece estar unida al pueblo natal -creemos que para siempre- por ese "nudo sagrado" de que hablaba Marco Aurelio. Su muerte produjo verdadera conmoción en la Isla de Lanzarote, y aun en las demás del Archipiélago canario, acontecimiento que recogieron todos los periódicos».
@artículo de Ramón Pérez Hernández [Jueves, 28 de febrero de 2008]
*nota: todas las imágenes de este artículo corresponden a dibujos de PANCHO LASSO .
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