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escuela de Vallecas


** Pancho Lasso fue uno de los artístas junto con los que fundó Alberto Sánchez, la denominada "·Escuela de Vallecas"
Algunas notas sobre esta exposición
Entre el 25 de Junio y el 17 de septiembre de 2001, se ofrece una muestra de diferentes obras del artista ALBERTO SÁNCHEZ creador de la escuela de Vallecas, en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.


“ La muestra que presenta el Museo reina Sofía sobre Alberto Sánchez (Toledo 1895 – Moscú – 1962) no solo viene a rendir un obligado homenaje a su figura, sino a trazar una mirada lúcida y sistemática de su trayectoria artística. Para ello se han reunido casi dos centenares de piezas de todas las etapas y géneros de su producción: escultura, pintura, dibujo, obras escenográficas. Se trata de una selección antológica rigurosa que concentra piezas de calidad y significación indiscutibles procedentes de colecciones públicas y privadas, españolas y extranjeras.”



Muchos de los trabajos que se exponen por primera vez en España o no se exhibían hace casi treinta años, como los telones para “La romería de los cornudos” (1933). Además, cinco años de los espléndidos bocetos escenográficos realizados en Valencia durante la Guerra Civil española no se han conocido hasta ahora, que serán presentados en la muestra. Hay que destacar asimismo, que para esta exposición se reconstruirá el gigantesco monolito “EL pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella” – presente en el Pabellón Español de París de 1937, junto al Guernica y otras obras capitales – a partir de la maqueta original, propiedad del Museo, y de bocetos y documentos gráficos de época. La escultura, de 12 metros de alto, se ha colocado en la plaza de Sánchez Bustillo, frente a la pinacoteca. El proyecto se ha encargado a Jorge Ballester, miembro del Equipo realidad que ya ha realizado otras obras de estas características.



El escultor Alberto es una de las figuras más importantes de la vanguardia histórica que desplegó su actividad en el territorio peninsular. Encarna también la hermosa leyenda del artista autodidacta de origen campesino, del obrero que, desde durísimas condiciones personales y desde las limitaciones de una España alejada de los grandes centros de la modernidad, logró situar la dimensión de sus obras en las regiones poéticas más avanzadas de la creación contemporánea. También en las más enraizadamente profundas. De él llego a decir, en 1935, un jovencísimo Jorge Oteiza: “Pasa alberto muy por encima de los ingenisosos y agradables pisapapeles decorativos de Arp- Camina el lado de Bracusi y del volumen sereno con que endurece Zadkine sus juegos de formas vegetales”. En ese mismo años, el poeta Miguel Hernández sentenciaba: “No te acerques a Alberto si tienes un alma corta y no te canta un pájaro apasionado en el alma”.


Alberto Sánchez nació en Toledo en 1896, en el seno de una familia de humilde condición. Esta circunstancia le forzó a trabajar desde su infancia en las ocupaciones mas variadas. Fue porquero, carretero, herrero, decorador, escayolista y panadero, oficio este ultimo que desempeño hasta que en 1925 una pensión de la Diputación toledana le permitió dedicarse por completo a la actividad artística. Por diversos testimonios sabemos que Alberto sintió una insoslayable inclinación artística desde su niñez, aun cuando no aprendió a leer y escribir hasta su adolescencia, gracias a las lecciones recibidas de un viejo militante de una agrupación socialista madrileña. Fue allí también donde cobraron forma sus primeros y utópicos proyectos de monumentos mano a mano con Francisco Mateos, correligionario, amigo e igualmente jovencísimo artista.


Hacia 1922, cuando Alberto se dedicaba a dibujar el variopinto paisaje humano madrileño desde las mesas del Gran Café de Oriente, de la Puerta de Atocha, trabó contacto con el pintor uruguayo Rafael Barradas. Verdadero prócer de la vanguardia artística peninsular, Barradas le transmitió el conocimiento de la modernidad. Alberto, por su parte, suscitó en Barradas un renovado y definitivo enraizamiento entre arte y experiencia vital. De alguna manera, tras este encuentro se inauguraba buena parte del territorio de las figuraciones de nuevo cuño, que habría de ser dominante en la renovación artística española a partir de mediados de los años veinte.

La participación de Alberto en la famosa Exposición de la Sociedad de artistas Ibéricos de 1925, con un importante conjunto de esculturas geometrizantes cargadas de energía futurista y atentas a una mirada moderna sobre el clasicismo, le permitiría insertarse claramente en las filas de la renovación artística peninsular. Para entonces, Dalí, Lorca, Palencia, Maroto, Moreno Villa, Cansinos Asséns, Alberti, Jarnes, Guillermo de Torre, Manuel Abril, Maruja Mallo, Gil Bell... eran ya algunos de los nombres capitales de la cultura de nuestro primer tercio de siglo con los que Alberto había trabado una importante relación.


Entre 1925 y 1930 la plástica de Alberto (dibujos, esculturas, proyectos de monumentos) se movió en un amplio frente de investigaciones formales. Fueron experiencias que le aproximaban intermitentemente a una estética de dinamismo cinético de raíz futurista, a una investigación de los valores plásticos del plano y del hueco (a fin a la trayectoria del cubismo escultórico) o a universos signicos concomitantes con una amplia con un amplio espectro de las nuevas corrientes internacionales entonces. Sin embargo, siempre compaginó estas vertientes formales con una bronco realismo expresionista, a través del que se hacia visible la infatigable vocación de compromiso social y político de su persona y de su arte





Desde el principio de los años treinta, y después de un intenso intercambio artístico con el escultor Pancho Lasso y el pintor Benjamín Palencia, Alberto instaura una especie de “caminatas iniciático – poéticas” a las que acude un dilatado grupo de artistas, escritores y arquitectos. Suelen comenzar en el mismo café de Oriente Puerta de Atocha y luego se extienden a los campos de Vallecas y su cerro Almodóvar, a Valdemoro, Guadalajara o a tierras de Toledo. Dejándose poseer por una fusión mágica con el entorno (ya fuera el estepario paisaje castellano, la transición suburbial entre la ciudad y el campo, la dimensión geológica y vital de la naturaleza o el sortilegio simbólico del estercolero) el artista imagina formas íntimamente asociadas a una mágica recepción y práctica de la experiencia vital


Una experiencia cuyo destino era siempre el transformarse en patrimonio compartido activamente por cualquier ser humano. Es lo que conocemos como la poética de la “Escuela de Vallecas” y lo que representa el momento de madurez en la obra de Alberto. En este “momento vallecano” y por diversas razones, la obra de Alberto entabla una honda comunidad poética con la de artistas como Picasso, Dalí, Miró, Enrst, Giacometti, Moore, Bárbara Hepworth, Arp, Taguy, Brancusi... También pone en marcha una portentosa onda de influencias que alcanza a numerosos artistas de todo el Estado español y que se extiende hasta la misma guerra civil: Rodríguez Luna, Maruja Mallo, Francisco Lasso, Díaz Yepes, Luisa castellanos, Díaz Caneja.. y de una u otra forma, en mayor o menor grado, también Mateos, Nicolás de Lekuona, González Bernal, Moreno Villa, Pérez Contell, Climent, Caballero, Pérez Rubio, Juan Cabanas, Ángel Ferrant, Antonio Ballester, José Renau. Frances Badía, Jorge Oteiza o el mismo Roberto Matta: por no hablar de una posible conexión con los surrealistas catalanes

La obra vallecana de Alberto desarrolla un lenguaje característico y coherente, cuya articulación formal se mantiene bastante constante en todo el conjunto. En general, se trata de elementos formales carentes de mimesis figurativa precisa, aunque proyectados sobre campos semánticos en los que mecanismos connotativos aluden a lo biomorfo (incluso vagamente a pájaros, mamíferos, formas antropomórficas o plantas), lo agrícola, lo prehistórico, lo geológico, o a formas propias de la artesanía popular, ya sean arquitectónicas o de alfarería.Concretamente en la escultura, el volumen juega con el lleno y el vacío a través de formas redondeadas y sinuosas, alternativamente sugerentes de blandura orgánica (incluso, a veces, vegetal) o de dureza fósil ( a veces pétrea, a veces ósea o incluso córnea).

Sobre la superficie de estas formas se desarrolla un auténtico programa de pictografía signica realizada en bajorrelieve (generalmente negativo). Con él se despliega un amplio repertorio de surcos paralelos o agujeros, puntos, cruces, redes, mesetas circulares planas e incisiones concurrentes que recuerdan a las huellas de una garra. Sabemos que las superficies estaban acabadas con calidades matéricas artesanalmente trabajadas por Alberto, y aplicadas por lo general sobre un modelado en yeso, que rodea armaduras de madera y alambre. En ocasiones, el artista recurría también a la incrustación de materiales diferentes, piedras, conchas, etc

En 1938 Alberto y su familia tuvieron que exilarse en la Unión Soviética, donde el escultor moriría en 1962 sin haber podido jamás regresar a España. Allí seguiría trabajando intensamente como escenógrafo y aprendería la técnica de la pintura al óleo. En 1956, tras el inicio de la distensión, Alberto retornó a la escultura, realizando un importante conjunto de obras, hoy felizmente recuperado en su mayor parte para nuestro patrimonio artístico.





En 1937, el escultor toledano fue el encargado de modelar el monolito titulado “El pueblo español tiene un futuro que conduce a una estrella”, cuya gigantesca versión en cemento, personalmente patinada por Alberto, fue situada a la entrada del Pabellón español de la Exposición Universal de Paris de 1937. En plana guerra civil y ante los ojos asombrados de una Europa atravesada por violentas tensiones políticas, en aquel pabellón patrocinado por un gobierno legitimo en guerra contra una sublevación fascista se exhibían obras de Picasso, Miró, Julio González, Solana, Calder y muchos de los mejores artistas españoles de aquellos años.


La obra soviética de Alberto funde la insistente rememoración de las formas vallecanas con una nueva sensibilidad abierta hacia la específica naturaleza de la que estaba siendo su tierra de acogida. De esta forma, memoria y experiencia se dan cita en un espléndido maridaje y, en cierto modo, dan vida en aquella parte de la historia que no pudo tener lugar tras la posguerra.

Buena parte de las esculturas y dibujos de Alberto vinculadas a este período vallecano se han perdido por circunstancias de la guerra, pero sus testimonios fotográficos y la obra conservada bastan para definirle como el más importante de los escultores que trabajaron en la Península durante el primer tercio del siglo XX.


Armado con todo este repertorio de formas vallecanas, en 1933 Alberto irrumpe en el campo de la escenografia teatral, realizando los decorados de Fuente Ovejuna (para el teatro universitario ambulante “La Barraca” que dirigían Lorca y Ugalde), así como para “La romería de los cornudos”, espectáculo musical de Ignacio Sánchez Mejias y la Argentinita, representado en el teatro Calderón de Madrid. Ya en valencia y durante la guerra, realizó escenografías y figurines para “Numancia” de Cervantes y para “El triunfo de las Germanías” de Altolaguirre y Bergamín

* las obras que aparecen en este reportaje corresponden a trabajos de PANCHO LASSO

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